Manuel Sadosky

Como alumno universitario utilicé los libros de matemáticas que escribió. Sabía de su fama como impulsor de la computación científica en la Argentina. Lo conocí en Montevideo, en la Facultad de Ingeniería, en 1966. Llegó exiliado a raíz de  la Noche de los Bastones Largos. En esa facultad se estaba organizando una carrera en computación y un centro de cómputos. Su presencia fue una gran oportunidad, por su asesoramiento y para coordinar  el proyecto.

Siendo químico de origen, yo trabajaba en investigación de estructuras moleculares. Los cálculos necesarios requerían del uso de computadora. Era uno de los tantos asiduos concurrentes al centro de cómputos.

Entre los químicos, la mecánica cuántica, el cálculo de estructuras moleculares y el uso de computadoras era una novedad absoluta. En la Facultad de Química solo un par de personas, mi jefe y yo, nos ocupábamos de estos temas.

Como yo no era parte del personal del centro de cómputos sino un usuario, veía habitualmente a Sadosky, pero no tenía más intercambio que algún saludo. 

En 1973 después del autogolpe de Bordaberry, la dictadura uruguaya intervino la Universidad y Sadosky, ya con gobierno argentino democrático en puerta, volvió a Buenos Aires.

Como Matilde y yo teníamos actividad política y gremial, al poco tiempo y con la información que teníamos, tomamos la decisión de irnos a Buenos Aires. Una valija, al puerto y luego se verá.

Al llegar nos ayudó la parentela, amigos y amigos de amigos. Después de reponernos del ajetreo, había que pensar en trabajo e ingresos. Entre mis contactos en el ambiente académico estaba Sadosky. Era vox populi que ayudaba a exiliados del Uruguay.

Fuimos a ver a don Manuel a su departamento de la calle Paraguay cerca de Callao. Muy amable, nos atendió y nos asesoró sobre como encarar la cuestión laboral.

Yo estaba muy obsesionado con continuar trabajando en el tema de estructura molecular. Sadosky, con tono paternal, me sugirió que, con mis herramientas de trabajo, podría abordar también otros campos en docencia e investigación. Escuchó las posibilidades que teníamos de reubicarnos, nos agregó alguna información y nos animó a probar con San Luis, donde yo tenía un contacto en la universidad, de nombre Carlos Ponce. Carlos amerita otra crónica.

Allí obtuve un cargo de profesor y coordinador. Estaba en el equipo responsable de definir un plan de estudios para la carrera de Ingeniero Químico que arrancaría ese año.

Una de las tareas era organizar un simposio de discusión de ese plan, invitando a personalidades notorias para aportar y prestigiar el evento.

No conocíamos mucha gente del ambiente universitario argentino, así que intentamos convencer a don Manuel para que viniera, invitado por la universidad. Aceptó de buen grado.

Estuvo unos días y aportó mucho a la discusión del plan. Era un sabio, muy agradable y modesto. Tuvimos el gusto de almorzar con él y su esposa Cora. En animada charla recorrimos sucesos de los últimos años en ambas orillas del Plata, intercambiando puntos de vista.

En ese momento Sadosky tuvo un breve pasaje por la vida universitaria argentina. Su candidatura a decano tenía la oposición de sectores de izquierda que nunca le perdonaron ser un ex comunista que trabajaba con el peronismo. Le preguntamos por qué la izquierda lo atacaba y, con una gran sonrisa, respondió irónicamente: “Debe ser porque soy marxista”. Era de conversación interesante y trato muy agradable.

Luego no lo volvimos a ver. Poco después, cuando apareció la Triple A, se exilió nuevamente y volvió en la época de Alfonsín.

Por casualidades de la vida, diez años más tarde trabajé para una consultora llamada ACT (Asesores Científico Técnicos), propiedad de ex colaboradores de Sadosky. 

Si bien nuestro contacto con don Manuel fue breve y esporádico, fue una referencia importante para nosotros y para gran parte de la vida académica argentina y uruguaya.