Gran parte de mi vida laboral la pasé escribiendo informes técnicos. Según las épocas, temas de química, de informática o de educación. Ahora que estoy jubilado, escribo por placer o para aliviar disgustos. Cuentos, crónicas y algunos inclasificables.
Hay veteranos de dos tipos. Unos contestan con monosílabos y otros te aturden monopolizando la palabra. Tengo la desgracia de reunir ambas virtudes, según la ocasión. Además, últimamente tengo menos en cuenta lo que conviene decir y lo que no. También ayuda tener una buena autoestima y una baja autocrítica.
La materia prima de los relatos, sean de la realidad o ficciones, surgen de lo vivido. Cuando uno se vuelve viejo, por un simple balance numérico, tiene mas vivido que por vivir. De ese registro surgen los relatos. La distinción entre narraciones de la realidad y ficciones es, valga la redundancia, ficticia. Porque el relato no es la realidad. Es el reflejo transformado por la mente del que escribe. El esfuerzo está en lograr un texto medianamente aceptable y no convertirse en un viejo pesado que cuenta historias intrascendentes.
Algunos me preguntan ¿Por qué escribís? ¿Por qué esos temas? La única respuesta es que no lo sé.