— Edu ¿No viste mis anteojos?—Están sobre la mesa.— Edu ¿Que remedio tengo que tomar a esta hora?
—Está anotado en un papel sostenido por un imán en la puerta de la heladera.
Irónicamente agregaba:
—La heladera está en la cocina.
A lo cual José contestaba enojado:
—Obvio, ya lo se.
Y así sucesivamente como ustedes fácilmente imaginan. Eduviges era la memoria viva de José.
Cosas de la vida, la memoria consorte de José un día se murió. Menudo problema. Aparte de lidiar con su vida cotidiana, tema nada menor, se había extinguido su memoria.
Lo único positivo y a la vez penoso, es que José también fue dejando de extrañar a Eduviges. La desmemoria es así.
El hombre se vio enfrentado a la necesidad de encarar su vida sin su memoria conyugal ni la asistencia de Eduviges en los menesteres hogareños. En muchas tareas domésticas José no era muy ducho. Tuvo que aprender a realizar algunas tareas básicas e ingeniarse sin memoria.
En la vejez la memoria que se apolilla es la de corto plazo, la de los hechos recientes. Así, José podía recordar con detalle lo acaecido muchas décadas antes pero no si se había higienizado después de ir al baño.
Empezó a anotar todo lo que tenía que hacer en forma diaria. Los papelitos los ponía con imanes en la heladera. Con el uso se dio cuenta que tenía que poner el horario de cada actividad y tener el reloj al alcance. Los mantenía ordenados respetando la secuencia horaria. Llegó a llenar todo el frente y los laterales de la heladera. También pegaba papelitos con cinta engomada en el baño para recordar todo lo pertinente a su higiene.
Lo que más lo complicaba eran las actividades fuera de la casa. Llevaba una pequeña libreta con las ubicaciones y los caminos de ida y vuelta a los comercios donde debía comprar sus alimentos y medicamentos. También para ir y volver al cajero automático. Cuando llegaba al cajero leía las instrucciones de uso en su libretita.
Un día perdió la libreta en la calle. Lo encontraron dando vueltas sin rumbo y sin memoria. Ahora está internado en una institución donde lo cuidan. Cada tanto llama a Eduviges pero nadie sabe la razón. José tampoco.
