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Un futuro venturoso




El relato bíblico de la redención, el libro de Job, la resurrección de Cristo, el mito del héroe que cae, sufre y se levanta es la base narrativa para que sea tan efectivo el "para estar bien hay que sufrir primero". Y así andamos aplaudiendo a los crucificadores con la esperanza estúpida de que algún día resucitaremos. Mientras adoramos los clavos de hierro que nos laceran, los crucificadores celebran en copas de oro el pasado que vendieron de nuevo.                                                        Hernán Brienza


Desde tiempos inmemoriales, el poder ha prometido a los pueblos un futuro venturoso si se realizan determinados sacrificios en el presente. La historia nos ofrece numerosos ejemplos.

La variedad de propuestas ha incluido retribuciones materiales, la posibilidad de compartir en ese futuro ínfimas cuotas del poder o promesas de otra vida mejor en algún paraíso imaginario.

La necesidad de combinar recursos para conseguir los objetivos del poder, sean piramides, acumular oro, territorios u otras riquezas han llevado a los poderosos a sojuzgar a otros seres. Caballos en la noria, esclavos en las cosechas, soldados para conquistar, obreros —cuando los esclavos ya no convienen— para producir, empleados para dirigir y administrar en nombre del poder.


Para los sojuzgados, sean esclavos, obreros, soldados o empleados siempre habrá una promesa de un futuro mejor si sacrifican su presente. Para la inmensa mayoría, como muestra la historia,  ese futuro venturoso no llega nunca. Los pocos que logran mejorar algo durante su vida forman lo que hoy llamamos "clase media". Las religiones, los imperios, el feudalismo, el capitalismo con las variantes de meritocracias, los ajustes económicos, las "carreras" administrativas o profesionales derivan de la creencia en esos mitos. Finalmente la tajada grande, la parte del león siempre se la llevan los poderosos.


El llamamiento "proletarios del mundo uníos" surge a mediados del siglo XIX pero las patronales les ganan de mano y materializan su internacionalización en forma más temprana y exitosa que los trabajadores. Éstos, aún hoy, se fragmentan por estériles luchas doctrinarias en comunistas, socialistas, anarquistas, socialdemócratas y variantes locales como el peronismo u otros movimientos nacionales de los trabajadores, cuando no adhieren a los partidos políticos de las patronales. Las patronales no tienen discusiones doctrinarias, tienen un único objetivo, el lucro, la ganancia, y se mueven sin dispersiones en el sentido de obtenerla.


Paralelamente, como las personas suelen ser difíciles de manipular, las patronales buscan permanentemente sustituir mano de obra por "máquinas" o dispositivos que se amortizan en plazos breves y no hay que pagarles toda la vida. Asi, sucesivamente, la máquina de vapor, el motor de combustión interna, la automatización, las computadoras, los robot y la inteligencia artificial van sustituyendo trabajadores por aparatos que no se rebelan nunca ni reclaman nada, ya sea en forma individual o colectiva. No tienen sindicato ni ART, no generan cargas sociales, aguinaldos, vacaciones o despidos.


Los trabajadores mas difíciles de sustituir son los que pertenecen a esa clase media que, mediante el consabido "sacrificio", han podido estudiar, acumular conocimientos y cultivar su inteligencia. Por eso la futura apuesta del poder son los robots, los algoritmos y la inteligencia artificial. Cuando se haga realidad esa fantasía reducirá más aun la necesidad de personas para los procesos productivos. Paralelamente la pérdida general de poder adquisitivo conduce a la disminución de la cantidad de consumidores excepto para alimentos, vestimenta y salud básicos. Se vislumbra un futuro achicamiento de los mercados y una marginación económica creciente. Paralelamente, el poder no cree en, o no le interesa, el deterioro del medio ambiente.


Todo lo anterior está actuando, tal vez de forma inconsciente, sobre el humor colectivo. La simple irritación, el cansancio o el fastidio son un impulso de partida para intentar un cambio, pero nunca son un método para generar el mejor cambio posible. El surgimiento de figuras mediáticas, llamativas por sus formas disruptivas, generan un séquito de votantes que duran hasta la siguiente desilusión. Simultáneamente estos procesos colectivos de prueba, error y desencanto van generando descreimiento creciente y desprestigio del sistema institucional con pérdida de interés de la población.


La única forma de romper este circulo nefasto es con movimientos masivos y lideres lúcidos y decididos que planteen unos pocos objetivos centrales para concientizar a la mayoría sin perderse en sectarismos, prejuicios, divisiones doctrinarias o protagonismos que no hacen más que seguir deteriorando las posibilidades de mejora de la población. Sería deseable la conformación de un gran frente, con organización interna democrática, una mesa directiva con representación de los grupos intervinientes y un congreso con delegación de centros de base. Algo del estilo del Frente Amplio del Uruguay.

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