Mediados de la década de 1970. La tranquila vida montevideana pasó a través de una escalada de tensiones políticas y sindicales. Yo venía trabajando hacía un par de años en la facultad el tema de química cuántica como docente e investigador auxiliar. Es una disciplina que trabaja con teorías físico matemáticas de las moléculas. Se desarrolla con modelos por computadora que, en aquella época, programábamos nosotros mismos.
Paralelamente me había involucrado en la militancia en el Frente Amplio y en el gremio de docentes universitarios. Con Matilde nos veíamos en el trabajo y en espacios de militancia. Nos complementábamos mucho y finalmente nos casamos. El casamiento fue en Colonia y el juez vino a la casa de los tíos de Matilde. Vivimos un tiempo breve alquilando en el barrio de Punta Carretas y luego con un crédito hipotecario del gobierno comenzamos a pagar un departamento antiguo cerca del centro.
El panorama político había hecho crisis y el gobierno disolvió el parlamento. Se declararon ilegales los partidos políticos y los sindicatos. La militancia política y gremial, aunque fuera pacifica, era de alto riesgo.
En esa época no todas las casas tenían teléfono. El que no tenía le pedía prestado a un vecino o llamaba desde algún comercio del barrio. Una mañana la vecina, que tenía teléfono, me avisó que me llamaba mi madre. Fui a atender la llamada y mi madre me habló en alemán, cosa que no hacía desde que yo era un niño.
Me contó que a mi cuñado lo llevaron preso. Para comprender estas circunstancias debo referirme al contexto y a acontecimientos previos.
Pocos días antes mi hermana y mi cuñado nos relataron algunos hechos inquietantes. Un amigo de él le había dejado un bolso «para que se lo tenga unos días, que lo vendría a buscar». Pasados unos cuantos días sin noticias del amigo, mi cuñado abrió el bolso y, para su sorpresa, lo encontró lleno de armas. Obviamente el amigo se había involucrado con la guerrilla, con los Tupamaros.
Mi hermana y mi cuñado nos comienzan a relatar de forma detallada acerca de las circunstancias con pelos y señales, nombres y apellidos. Los interrumpimos explicando que no queríamos involucrarnos, por lo cual lo mejor era que no supiéramos nada y les recomendamos deshacerse del bolso lo antes posible. En esta situación lo mejor era no enterarse. Pero era tarde, ya nos habían contado los detalles.
Volviendo a la llamada de mi madre, le agradecí, saludé y corté la comunicación. En casa debatimos de forma muy breve que hacer y, en pocos minutos, decidimos irnos a Buenos Aires. Nuestra militancia y la cercanía con mi cuñado nos convertirían en blanco de la dictadura. Armamos un bolso, tomamos un ómnibus a Colonia y luego un barco a Buenos Aires.
Mi cuñado fue encarcelado durante años por la dictadura. Pasó cerca de una década para que cayera la dictadura y nosotros volviéramos a visitar el Uruguay.
