Poco a poco se van poblando las butacas y, finalmente, se instalan las autoridades universitarias en el estrado. Uno de ellos había sido nuestro profesor de física. Estaba muy viejo y andaba encorvado sobre su bastón, pero con la sonrisa de siempre.
Hace cincuenta años, en la segunda mitad del siglo veinte, éramos muy jóvenes. Cuando uno termina el secundario intenta encontrar certezas. Si sale a trabajar buscará una ocupación que tienda a asegurar, si esto fuera posible, un buen ingreso de dinero. Los que tuvimos la oportunidad de estudiar tomamos distintas orientaciones de acuerdo a aspiraciones, condicionantes y tendencias personales diversas. Algunos, los que valoraban más las certezas materiales, privilegiaron la fantasía de un futuro de mayor prestigio social y prosperidad económica con una profesión liberal.
Otros, más vocacionales, buscamos otro tipo de certezas. En esta variante hay extremos. Uno será el de la fe, el de la certeza a priori de determinadas creencias. Aquellos con creencias intensas se orientaron a lo institucional o a lo jurídico. Otros, fascinados por el arte, buscaron estudios que abordaran lo expresivo, los caminos que conducen a mostrar las dudas en forma pública explicita o simbólica. Los escépticos se orientaron hacia lo científico. En esta última tribu me enrolé yo.
Pero claro, ésta es una primera decision en la travesía vital y mental en la que uno se embarca suponiendo la llegada a los puertos tranquilizantes del conocimiento de "las certezas". En el viaje, además, nos encontramos con todos los hechos que nos sacudieron a nosotros personalmente y a otros y que convulsionaban a la sociedad de aquella época.
El primer cachetazo de la vida es descubrir que no hay certezas. Lleva mas tiempo enterarse de que la ciencia y la tecnología no conducen a ninguna verdad "de fondo". Los primeros años de estudios y trabajos te sostienen la esperanza. La enorme cantidad de verdades parciales que se conocen genera la ilusión de que ese es el camino a las "grandes verdades". Con los años uno va conociendo muchos "como" y muy pocos "por que".
Mis divagues se interrumpieron cuando el decano de la facultad comenzó con su discurso. Luego de una lista de agradecimientos a autoridades presentes nos obsequió un largo cliché sobre el progreso y el papel de la ciencia y la tecnología.
Luego se comenzó a convocar, por orden alfabético, a los egresados de aquella generación. Cada uno intentaba reconocer y dar un pequeño discurso agradeciendo los conocimientos adquiridos en la facultad y relatar como los pudo aplicar a lo largo de estos cincuenta años. En general, contaban que bien les había ido con su carrera y sus éxitos profesionales, obtenidos gracias a la formación científica. Historias tranquilizantes de confianza en el progreso, la ciencia y la tecnología.
El avance inexorable del orden alfabético me ponía cada vez más nervioso, porque veía acercarse mi turno. Mientras tanto repasaba mentalmente mi posible discurso, pero con el paso de los minutos se me iban desordenando las ideas. Me asaltaban mis pensamientos reales sobre los estudios y sobre la etapa laboral.
Tuve que ir al baño y no resistí la tentación de salir a tomar aire. Caminé un poco por la vereda de la facultad y desde la esquina vi el viejo bar donde íbamos de estudiantes. Empujado por la curiosidad, el cansancio y los recuerdos fui hasta allí. Entré al bar, que estaba en una decadencia importante. Me senté en la mesa de aquel entonces. Cuando vino el mozo pedí un café y le pregunté si seguían viniendo los estudiantes. Me comentó que no, que hacia años abrió un local una cadena internacional de comida rápida que atrajo a los jóvenes.
Mirando alrededor a los pocos parroquianos detecté un viejo como yo que me estaba observando de forma insistente. Al mirarlo me habló.
—¿Sós Juan?
—Si ¿Y vos?
—Daniel.
—¿El que jugaba de arquero en en el equipo de la facultad??—Si. El mismo. Bueno, el mismo pero cambiado —dijo sonriendo.—Increíble. Cincuenta años sin vernos ¿Que es de tu vida?¿Por que no viniste al acto de hoy?—¿Que querés que cuente? Trabajé muy poco con la profesión. Como necesitaba plata puse un quiosco de golosinas acá a la vuelta. Finalmente, el quiosco nos dio de comer y me quedé así. Y vos ¿Por que no estás ahí?—Estuve, pero ¿Que voy a decir? Todos esos discursos políticamente correctos esconden la terrible realidad de que la tecnología conducida por el sistema de consumo y lucro han estropeado todo. Yo terminé diseñando sistemas caros e inútiles para una multinacional. Si dijera esto sería abucheado.—Si, supongo que si.
—¿Te acordás que acá en el bar jugábamos al ajedrez en aquella época?
—Si ¿Querés jugar?
—Dale; te dejo elegir ¿blancas o negras?—¿Otro café?—Por supuesto. Y pongámonos al día con nuestras vidas.
Atardecía cuando el mozo me despertó. El café estaba helado.
