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La tranca


Atardecer del viernes y la peonada, a medida que llegábamos del campo, nos íbamos reuniendo en el patio de tierra apisonada alrededor del fuego de la parrilla que, hace un rato, prendió Andrés. Esperando que se haga brasa los paisanos tomamos mate en rueda. 

Tabaré, el uruguayo, critíca como ceban el mate. Lo escuchamos explicando, por enésima vez, "como debe cebarse" el mate. Andrés va acomodando la brasa a medida que se forma mientras Remigio prepara la carne para la parrilla.  

Van desfilando distintos temas en la charla. El fútbol que vemos por televisión los domingos, los chismes del pueblo vecino, el estado de las plantaciones y el ganado son los temas habituales. Mientras tanto matizamos con alguna ginebrita. 

Pasado un rato cayó a la rueda el capataz. El maldito ya se había bañado, afeitado y cambiado de ropa. Nosotros todavía roñosos y con la ropa de fajina. Mientras Andrés iba acomodando la carne en la parrilla el capataz sugirió.


—¿Por qué no jugamos a la baraja?

—¿Truco o chinchón? —pregunto Edelmiro.

—Juguemos a la tranca —dijo el capataz.

 

Nos miramos entre nosotros y tímidamente algunos dijimos a coro que no conocíamos ese juego. El capataz nos dijo que nos enseñaría mientras jugábamos.


—Es muy fácil. Se juega de cuatro o seis. Yo doy las cartas y me van siguiendo.


En una mesita de caballetes nos acomodamos cinco y el jefe. El capataz comenzó con un desafío.


—Bueno, apostemos —y dijo una cifra.

 

Aceptamos a regañadientes por no contrariar al jefe, que repartió cinco cartas a cada uno y arrancó. Pusimos el dinero en el centro de la mesa. El jefe tiró un cinco de bastos y se dirigió a Leandro.


Seguís vos.


Nos miramos entre nosotros. No sabíamos que hacer pero vimos que había que seguirle la corriente al jefe. Fuimos tirando una carta cada uno. Cuando dió vuelta completa la rueda y le tocaba de nuevo al capataz, tiró un rey de espadas y declaró.


—Tranca —y levantó todo el dinero.


No se entendía nada pero disimulamos. No queríamos pasar por tontos. Volvimos a poner dinero y siguió la ronda. Seguimos bajando una carta cada uno. Pedro, que estaba justo antes que el capataz, sonrió con picardía, bajó un as de copas y exclamó.


—Tranca —y levantó todos los billetes.


Cuando iba a bajar su carta el jefe sugirió triplicar las apuestas. Dudamos pero, como no queríamos pasar por miedosos, pusimos el dinero. Siguió la ronda y cuando le tocó nuevamente a Pedro tiró su carta y declaró.


—Tranca —preparándose para levantar el dinero.

 

El capataz le detuvo el brazo, bajó dos cartas y cantó su jugada.


 —¡Retranca real! —y levantó el dinero velozmente agregando  su comentario.

—Yo ya comí unas empanadas que quedaban. Me voy a dormir porque mañana tengo que ir temprano al pueblo. Buenas noches.

 

Se fue antes que pudiéramos reaccionar. 

Quedamos asombrados y en silencio hasta que habló Tabaré.


 —El hijo de puta nos cagó otra vez. 


Hicimos otra rueda de ginebra.

 

 

 

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