Los viajes siempre me resultan pruebas difíciles de superar. Desde un viaje al centro de la ciudad hasta uno internacional. En especial, las travesías en avión me descomponen físicamente. No puedo evitar mi certeza de que volar es para los pájaros. Los aviones se caen y no me vengan con estadísticas engañosas. Hay menos accidentes aéreos porque hay muchísimos menos vuelos que viajes en automóvil.
La ansiedad comienza con los preparativos. Compra de pasajes, papeleos, selección del equipaje, verificación de documentos, despacho y retiro del equipaje, traslado al aeropuerto o terminal de ómnibus o tren. He hecho innumerables viajes y siempre me pasa lo mismo, ya sea por trabajo o por turismo. Creo que el orígen de estas ansiedades está enraizado en los viajes que tuve que hacer en huida por razones políticas. La suma de temores por las fallas, los imprevistos y por las huidas me resulta inmanejable. El temor a las posibles fallas técnicas o humanas tanto como los escollos en autoridades que, con razón o sin ella, conviertan el viaje en tragedia están siempre presentes. ¿Y si me siento mal a bordo, lejos de una ciudad?
Ya durante el viaje mi imaginación trágica agrega los posibles problemas en destino. Uno puede ser rechazado por defectos en su documentación o demorado por sospechas. Los equipajes pueden extraviarse.
Por suerte en este próximo viaje todo se verá facilitado. Las necesidades de equipaje serán ínfimas dado que viajaré con lo puesto. El trayecto será terrestre y breve con lo que se elimina el temor al vuelo. El papeleo necesario para este viaje es mínimo y se resolverá automáticamente. De hecho no hace falta tramitar porque las leyes tienen todo previsto y no corro riesgo de accidentes ni rechazos burocráticos. Supongo que ésta vuelta nada me afectará durante el viaje. De todos modos, el último certificado que habilita la travesía y el destino lo realizará, de oficio, un médico.
