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Entierro


Apenas entramos al cementerio sefaradí estacionamos el auto. El grupo de parientes y amigos enfiló lentamente y en silencio hacia la reciente tumba de Isaac. Antes del entierro se había realizado el lavado ritual de purificación del difunto. Íbamos con su esposa, sus hijas y el rabino Baruj.

Pasamos por la mesita donde cada varón tomó una kipá para cubrirse la cabeza y dejamos una propina para los que trabajan en el cementerio.

En el camino una amiga católica me comentó que le había impresionado la cantidad de piedras que algunos —seguramente antisemitas o maleducados— arrojaban sobre las tumbas en forma indiscriminada. Quedó muy sorprendida cuando le explique que era una costumbre judía dejar piedras recordatorias en lugar de flores.


Baruj era un rabino, o jajam como se le llama en la comunidad, moderno y amigo de la familia. Lo habían seleccionado para la ceremonia porque les agradaba su estilo cálido y su forma de actuar y decir.

A un costado del caminito nos cruzamos con el jajam Benveniste, el rabino ortodoxo oficial del cementerio. Benveniste era un tipo adusto, conservador, de traje negro, barba y sombrero de fieltro negro. Era obvio que se sentía el dueño del cementerio.

Cordialmente, Baruj invitó a Benveniste a participar de la ceremonia, como reconociendo su autoridad local. Se unió al grupo y continuamos la lenta marcha.


Al llegar junto a la fosa recién tapada de tierra nos detuvimos. Las tres hijas del muerto estaban con los ojos llorosos y los demás nos encontrábamos muy conmovidos. 

El grupo de deudos, parientes y amigos esperábamos las palabras de Baruj, el elegido por la familia para la ceremonia. 

Para nuestro asombro, Benveniste se interpuso y propuso que se rezara el kadish, la oración por el alma del finado. Para esto es necesario un minián o conjunto de diez varones adultos como mínimo, según el judaísmo ortodoxo. 

Contamos los varones presentes. Alguno varones católicos o agnósticos planteamos reparos a integrarnos activamente a una ceremonia religiosa. Se produjo una breve deliberación. Las tres hijas del finado se ofrecieron para completar los diez del minián. Benveniste fue intransigente. Las mujeres no cuentan. 

La menor de las hijas de Isaac, una adolescente, no pudo más con su indignación y lo interpeló a Benveniste con claridad.


Sos un machista. Nuestro padre nos hacía participar en todo ¿Por qué ahora no podemos?
Es la ley.
No es la ley. Es tu interpretación de la ley y un abuso de poder.

 

Se hizo un largo silencio. Finalmente las hijas de Isaac, ofendidas, se hicieron a un lado mientras Benveniste, que en el ínterin había logrado reunir los diez varones judíos, recitaba la oración en hebreo, que casi ninguno entendía. Después de la kriáh, la rotura simbólica de una prenda de ropa del deudo mas cercano, Benveniste se retiró con aire triunfal. Baruj explicó que, por respeto a los deudos,  no había querido establecer una discusión de rabinos en medio del entierro.

Poco a poco el grupo comenzó a desandar el camino con breves paradas en la tumba de algún pariente o conocido.


Cuando ya llegábamos cerca del estacionamiento algunos, según la costumbre ritual, se lavaban las manos antes de salir del cementerio.

Benveniste, con aire triunfador y pagado de si mismo, se acercó a la adolescente para intentar un comentario conciliador respecto a la discusión anterior. Recibió una respuesta contundente que lo congeló.


Ya la cagaste, andáte al carajo.

 

Debo reconocer que me provocó envidia por su capacidad de decir lo justo en el momento adecuado.


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