El diputado Sánchez entró al Palacio de impecable traje, camisa blanca y corbata celeste. Pasado el control de acceso y la guardia de honor, el jefe de protocolo lo saludó cordialmente y le indicó su asiento en primera fila.
Sánchez era opositor furibundo al gobierno. Denunciaba atropellos a trabajadores y jubilados, violaciones a los derechos humanos, negociados y corrupción. Era un principista y católico muy ferviente. Su bancada parlamentaria era muy pequeña. El gobierno lo eligió como opositor testigo, para mostrarlo en los actos. Su discurso no tenía efectos. La televisión lo mostraba, preferentemente sin audio, destacando la amplitud del gobierno al invitar a su principal crítico. Sus denuncias y análisis solo se volcaban en el parlamento. Los medios masivos ignoraban sus exposiciones y ridiculizaban su persona y su entorno familiar.
Este acto era para anunciar la reforma constitucional que permitiría al gobierno perpetuarse en el poder y eludir las acciones judiciales y parlamentarias en su contra.
Ante la televisión, saludaron a Sánchez diversos ministros, todos con sonrisas e incluyendo alguna palmada en el hombro. El presidente, elegante como siempre, sonrió con sus brillantes ojos celestes y sus dientes blanquísimos y perfectos. Antes de comenzar su alocución, estrechó la mano de Sánchez bajo el atento registro de los camarógrafos. Luego subió al estrado, hizo una leve guiñada a la primera dama, que le devolvió una sonrisa para las pantallas y comenzó su exposición. Durante el discurso Sánchez puso su mejor «cara de póquer» y permaneció en su lugar.
El presidente usó el tono de predicador que tanto resultado le había dado en las campañas electorales. Comenzó con un «seré breve» y desarrolló loas a la república y a la democracia. Terminó con un «todos juntos podremos», casi tan obvio y vacío como el comienzo.
En determinados párrafos, como determinada por un guión, la concurrencia estallaba en aplausos a instancias de una claque estratégicamente distribuida. El presidente aprovechaba para beber un sorbo de agua y mostrar su sonrisa que parecía tener incontables dientes. Al concluir su pastoral, miró de reojo a las cámaras de televisión y se acercó nuevamente a Sánchez con la diestra tendida.
Sánchez, ya de pie y con la misma cara neutra, le estrechó la mano y con la izquierda en el bolsillo le disparo a quemarropa, vaciando el cargador de su pistola. La custodia del presidente lo abatió con docenas de disparos. El presidente había muerto y Sánchez también.
El día anterior Sánchez había ido a una iglesia de barrio, donde no lo conocían. Ingresó de zapatillas y camisa a cuadros y pidió confesarse.
El cura le dijo:
—¿Qué quieres confesar hijo mío?
—Un pecado mortal.
—¿En que consistió tu pecado?
—Todavía no lo cometí.
—¿Y porque vas a pecar? Evita cometer el pecado, resiste.
—Es inevitable. No le puedo explicar más.
—¿Has vivido buscando la gracia y cumpliendo con los sacramentos? ¿Has sido piadoso?
—Si, toda mi vida.
—Es obvio que no te puedes arrepentir, ya que aun no lo has cometido, pero... ¿Te propones firmemente no repetir ese pecado, no pecar mas?
—Si, padre. No pecaré más después de esta oportunidad.
—¿Te comprometes a realizar las obras de penitencia que la Iglesia te asigne?
—Todo lo que esté a mi alcance. Hay más. Estoy por morir de una enfermedad incurable.
—Solo puedo brindarte consuelo en tus sufrimientos y bendiciones que te permitan lograr paz y ánimo. Ojala llegues a obtener el perdón del Señor, que te de la fuerza y el don de unirte más íntimamente a la Pasión de Cristo y así entrar en la Casa del Padre.
Sánchez se retiro confortado aún sabiendo que le llegaría la muerte con una cuenta pendiente con el Señor.
En los bolsillos de Sánchez los agentes de inteligencia encontraron dos sobres. En uno estaban los estudios médicos y el dictamen que le otorgaba poca vida. En el otro había una carta con el texto:
«Queridos todos. Hoy he cometido un crimen para la Ley y un pecado mortal para el Señor. Cuando lean esta carta estaré muerto. Profundas razones y sentimientos me han llevado a atentar contra la vida. No he podido tolerar más los atropellos y las violaciones a los derechos, los negociados y la corrupción».
Los noticieros de la televisión mostraron el dictamen médico y explicaron que esa situación seguramente lo enajenó y lo llevó al magnicidio. Luego de los funerales de honor para el extinto presidente y el velorio íntimo de Sánchez, el hecho no se volvió a mencionar en la televisión. De la carta de Sánchez el pueblo nunca supo nada. El vicepresidente asumió la presidencia y se postuló para un nuevo periodo, aprovechando la reforma constitucional recientemente aprobada. Al acto de asunción se invitó a la viuda de Sánchez. La televisión la mostró profusamente. En pantalla partida se veían dos escenas. En una el nuevo presidente saludando a la viuda de Sánchez. En la otra manifestantes con carteles del partido de Sánchez arrojando piedras en el exterior del Palacio. Esa noche los manifestantes fueron apaleados y apresados. El gobierno publicó en todos los medios el texto:
«Enviamos nuestras condolencias a las familias del expresidente y del exdiputado Sánchez. Es nuestro propósito superar la antinomias, cerrar la grieta entre nuestros conciudadanos e impulsar el diálogo en un clima de concordia».
