Durante la dictadura trabajé en una empresa privada utilizando mis conocimientos y experiencia en informática. Era una gran empresa contratista de obras públicas. Se había formado un pequeño equipo que incluía a varios que veníamos de la actividad universitaria y/o científica.
Uno de ellos era Mario. Tenía título de licenciado en física con posgrados en física nuclear. Emigró con una beca a Estados Unidos durante las dictaduras de Onganía y Lanusse. Allí le fue bien, se perfeccionó en física nuclear y lo contrató la agencia norteamericana de energía atómica. Adquirió la ciudadanía estadounidense para ejercer ese cargo.
Cuando la "primavera" peronista, con Cámpora y Perón, no lo dudó y volvió. Como siempre en época peronista había planes de desarrollo científico y tecnológico. Trabajó con entusiasmo un par de años. La última dictadura, luego de derrocar al gobierno peronista, elimino todos esos planes de desarrollo. Así, Mario y otros, aterrizamos en la actividad privada.
Un día, charlando durante el almuerzo, le conté mi anécdota del incendio de la mudanza y la pérdida de todos los libros. Me sorprendió con un comentario.
—¡Que suerte tuviste!
Al preguntarle la razón de su comentario me dejó asombrado con la respuesta.
—Yo tengo a la vista en casa todos mis libros de física nuclear. En el desayuno y en la cena los veo. Me recuerdan lo que estudié y no puedo realizar. Ya se van convirtiendo en testimonios de mi pasado. Tengo que hacer otras cosas para cobrar un sueldo y sobrevivir.
Han pasado muchos años. A Mario le perdí la pista, pero me quedó su observación.
Últimamente estoy "haciendo lugar" en casa. Como parte de eso hay que deshacerse de cosas que llevan años sin uso y no tienen perspectiva de ser utilizados en el futuro. Entre estas cosas hay muchos libros de ciencias y tecnología que formaron parte de mis aprendizajes y aficiones durante muchos años. Ahora creo que ya cubrí mi cuota de ciencias y tecnología. Jubilado hace unos años, estoy más interesado en la sociedad y escribo cuentos y crónicas.
Hace pocos días junté algunas decenas de libros científicos y los llevé a una librería de usados que está a un par de cuadras de mi casa. El librero me dijo que no los compraba porque es difícil que alguien los pida y, además, están en ingles o francés.
Decidí dejárselos gratis. Si algún día alguien se los quiere llevar será porque le interesan. Me acordé de Mario. Ahora esos libros no "me miran" más desde la biblioteca.