Promediaba el siglo XXI cuando los Aguirre recibieron una buena noticia. Muchos años después de su primer hijo tuvieron otro al que llamaron Ignacio, como el abuelo. La familia lo apodaba Nacho. El bebé de los Aguirre, que avanzaba rápidamente, era la alegría de la familia. El único que parecía un tanto contrariado era Pedro, su hermano adolescente. Al poco tiempo, para satisfacción de sus padres, Nacho ya gateaba y emitía sus primeros sonidos. Reconocía a todos los miembros de la familia, incluso a Chicha la cachorra rottweiler de la casa. Chicha y Nacho andaban jugando en cuatro patas por toda la casa. La familia disfrutaba viendo a ambos cachorros jugar a la par.
Hubo un sobresalto de los Aguirre cuando Nacho empezó a ladrar. Primero fueron sonrisas, pensando que imitaba a Chicha. Las sonrisas nerviosas dieron paso a caras preocupadas cuando vieron a Nacho comiendo del plato de Chicha. A la preocupación le siguió el espanto cuando Nacho prefirió el hueso de Chicha a su chupete. Su juego preferido era ir a buscar objetos que los padres arrojaban. En esto competía con Chicha, sin aventajarle.
A esa altura los padres de Nacho decidieron consultar a un medico psiquiatra pediátrico, especialista en comportamiento de niños pequeños. Este medico consultó, a su vez, con un neurólogo pediatra. Se ordenaron electroencefalogramas, tomografías, resonancias magnéticas y análisis de laboratorio. Se hicieron observaciones de comportamiento de Nacho con y sin Chicha. De un profundo estudio y la comparación detallada de todos estos estudios surgió una sospecha.
Como todos sabemos, en esa época ya era frecuente que los humanos y las mascotas tuvieran un chip de trasmisión cerebral. Este se colocaba bajo la piel, detrás de la oreja. A Nacho se lo pusieron al nacer, como era de estilo a partir de esa época. Este chip permitía resolver posibles problemas neurológicos o de comportamiento. Pedro, el mayor de los hijos de los Aguirre, era fanático de esa tecnología y siempre buscaba información e intentaba emular a los peligrosos hackers de los chips cerebrales.
Terminados los análisis de los estudios realizados a Nacho, los médicos informaron su temor de que su chip hubiera sido hackeado, tal vez con la información de un cerebro de perro. Sorprendidos por este resultado, los Aguirre entraron en profundas cavilaciones buscando los sospechosos de realizar esa monstruosidad con el pequeño.
Finalmente la mirada de los Aguirre recayó sobre Pedro. Éste, después de un rato, confesó que lo pensó como una broma. Tuvo que soportar el enojo de sus padres durante cierto tiempo. Afortunadamente, los médicos pudieron transferirle a Nacho la información cerebral de un bebé de su misma edad. Tuvo que aprender nuevamente a conocer a su familia. Ahora, con el chupete en la boca, jugaba con Chicha arrojándole una pelota de trapo y ella se la traía nuevamente. Todos respiraron aliviados.