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Quinto grado

Escultura de María Martins


Este es un relato de la vida real, de la mía. 


Mi familia se mudó de Buenos Aires a Montevideo al final del primer peronismo. Yo había terminado cuarto grado en una primaria estatal del barrio, cerca de la cancha de River. El plan de estudios tenía dos primeros años consecutivos. Por lo tanto llevaba cursados cinco años de un total de siete. 


En Montevideo mi madre eligió una escuela pública del barrio. En la nueva escuela, como yo había cursado cinco años (aunque mi certificado dijera cuarto grado),  mi madre propuso que yo ingresara en el sexto año de la primaria uruguaya. El maestro me tomó como alumno a prueba. En caso de no poder seguir el ritmo, debería pasar a quinto.


Me adapté y me fue bien. Ese año terminé la primaria. Al pasado pisado. Debía haberse convertido en un recuerdo más y así fue. Luego pasé al secundario y todo transcurrió con normalidad. Nunca tuve dificultades para continuar estudios secundarios ni universitarios. Cursé el secundario sin problemas y obtuve un titulo universitario. 


Pero los sueños son otra cosa. En primaria yo había cursado los dos primeros, segundo, tercero, cuarto y... sexto. Mi inconsciente había registrado que nunca cursé el quinto. 


La vida diurna transcurría sin mas problemas que cualquier otro hijo de vecino. Pero a la noche uno duerme y sueña. Ahí es otro cantar. El mundo de los sueños tiene su propia ilógica.


La falta del quinto grado que no había cursado fue admitido por el sistema educativo pero  no era aceptado por el sistema de los sueños.


Durante algunas décadas, los protagonistas de mis sueños solían marcar que no podía continuar con alguna actividad por la falta del quinto grado.


Renovación de documentos, requisitos para viajar o conducir automóvil, exámenes, concursos, trámites universitarios, laborales o médicos e incluso gestiones intrascendentes se veían interrumpidos en los sueños. Siempre había alguien que decía "Lo siento, falta el quinto grado".


A veces me despertaba sobresaltado por la desesperación por no poder convencer a mi interlocutor en el sueño de lo disparatado de su exigencia. Muchas veces durmiendo yo me sentía el mismo adulto que durante el día pero enfrentado a cumplimentar un requisito de la infancia. Muchas veces lo recordaba al despertar.


Después de muchos años estos sueños absurdos comenzaron a espaciarse y, con el tiempo, desaparecieron. Se saldó. Se puede vivir sin el quinto grado.



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