El gato de Pavlov y el
perro de Schrödinger
Pavlov
y Schrödinger se encontraron en Madrid, en unas vacaciones. Pavlov quería
conocer el lugar de “La merienda a orillas del Manzanares”, de Goya, que había
visto en el Museo del Prado. Ambos viajaban con sus mascotas. Buscaron el lugar
del cuadro. A orillas del río, mirando correr el agua, el perro le dijo al
gato:
—Me
harta que mi amo diga que no sabemos donde esta el gato, si yo lo huelo dentro
de la caja.
—A
mi —respondió el gato— me cansa que Pavlov intente siempre llamarme a comer con
una campanita.
Pepe
Admiramos
mucho a Pepe. Es un espíritu independiente. Siempre hace lo que quiere. Siempre
se burla del pensamiento científico. Cuando se bañó en el lago helado lo
festejamos mucho. Otro día agarró a una serpiente de cascabel por el cuello y
la revoleó lejos. No podíamos creer cuando cruzó la avenida conduciendo su
automóvil con los ojos cerrados y el semáforo en rojo. “Uno hace su destino” es
su frase favorita. No se vacunó contra el Covid y desafió las probabilidades.
Perdió. Por eso hoy le brindamos este homenaje y le manifestamos nuestra admiración
permanente con este hermoso epitafio.
Experiencias repetibles
Le propuse a Juan dejar caer piedras desde distintos pisos del
edificio y con cronometro verificar la ley de Galileo de proporcionalidad de la
distancia recorrida con el cuadrado del tiempo de caída.
Lo hicimos con varias piedras similares que se deshicieron contra la
vereda. Se cumplió a la perfección. Le recordé que la experiencia física debía
ser repetible y propuse recomenzar.
Cuando ya se aprestaba le aclaré que repetible implicaba las mismas
piedras.
—Pero ya no están, se rompieron en muchos pedazos —dijo Juan.
—Entonces no es repetible —respondí.
Se quedó pensando.