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Sustitución (cuento)

 


Habíamos estacionado la ambulancia en marcha atrás en el garaje de la comisaría, esperando  la rutina de llevar algún cadáver hacia las dependencias del ejército, que luego se encargaba. 

Jorge y yo estábamos asignados a la tarea de transporte. Como siempre, estaba a cargo de la entrega el oficial principal Pérez. 

Cuando ya habían cargado la bolsa negra, como era de rutina, venía Pérez a darnos el remito que entregábamos, junto con el cadáver embolsado, en el cuartel. En los minutos que llevaba la entrega, Pérez siempre hacia bromas, burlándose de los muertos. 

Esa noche dijo:

— Lo dejamos que ni la madre lo reconocería. No le dejamos ni las huellas digitales.

 

Con el tiempo nuestra repugnancia y odio hacia Pérez había superado lo tolerable.

Con Jorge habíamos planeado que esa noche fuera distinta. Mientras Pérez me daba los papeles, Jorge lo ahorco desde atrás con un alambre flexible y yo le tapé la boca para ahogar su grito. Lo escondimos debajo de la bolsa negra y arrancamos. 

El agente de consigna en la entrada de la comisaría hizo la venia y preguntó: 

— ¿Y Pérez?

— Fue al bar a tomar algo y al quiosco a comprar cigarrillos — contestamos a dúo.

— Ah…bueno… que tengan buen viaje.

Arrancamos pasada la medianoche, como era habitual. Seguimos con rumbo a un descampado en la costa del río. Allí metimos el cadáver de Pérez, desnudo, en la bolsa. Desde el muelle tiramos al río el muerto que habíamos sacado de la bolsa y el arma de Pérez. El uniforme del finado lo quemaría Jorge en el parrillero de su casa.

— Estoy preocupado — dije.

—¿Vos crees que alguien se va a fijar? Lo van a cremar como a todos y chau… Cuando aparezca flotando el otro no va a pasar nada; es un desconocido irreconocible. Pérez ya estará hecho humo. Una vez que logremos la firma en el remito en el cuartel volvemos y olvidamos el asunto.

En el camino de vuelta a la comisaría casi no hablamos. Cuando entregamos el remito firmado al agente de consigna pregunté:

— ¿Y Pérez?

— No lo he visto, se debe haber quedado paveando en el boliche.

— OK; suerte.

En casa, me tomé unos vinos para ayudarme a conciliar el sueño. A la noche siguiente, cuando llegamos a la comisaría nos atendió el oficial García. Le pregunté por Pérez y me contesto:

—Llamó la mujer diciendo que no había vuelto a la casa. Cada dos por tres se va de joda y no aparece por la casa.


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