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Sapiens


La muchedumbre colmaba la plaza totalmente florecida. Se recortaban, a contraluz del brillante sol de octubre, sus inconfundibles palmeras y las galerías con arcadas de distintas épocas, sostenidas por columnas. 

El viejo Palacio lucía totalmente embanderado. Los edificios y el monumento al prócer se destacaban sobre las cabezas de la multitud. Banderas del Partido y de la Nación ondeaban por doquier. Los más pequeños jugaban y correteaban. Los juguetes más populares eran las pelotas estampadas con cabezas de gatos. Los más viejos lagrimeaban recordando la revolución.

Los vendedores ambulantes aprovechaban para hacer un día de buenas ventas. Los adultos estaban atentos a los altoparlantes y a los movimientos en el estrado. Los balcones y ventanas estaban repletos alrededor de la plaza, que había sido testigo de tantos actos patrios.


Un prolongado griterío recibió la aparición del Presidente de la Nación. Se acercó a los micrófonos, carraspeó, mientras aguardaba que se silenciara la multitud. Sonrió para la televisión, mostrando su envidiable dentadura. Finalmente, cuando la multitud concentró su atención, comenzó su discurso:


“Hoy conmemoramos un nuevo aniversario de la caída de la tiranía. Durante muchos siglos vivimos oprimidos. Se creyeron superiores; pretendieron ser omnipotentes e impunes. Nos encerraron, nos esclavizaron, como sirvientes, como tropa para custodiar sus propiedades. Comíamos sus sobras. Nos dominaron con encierros, cadenas, torturas y castigos. Debimos cumplir sus ridículas órdenes y entretenerlos. Se jactaban de nuestra sumisión. Manejaron nuestros impulsos a su antojo, llegando a las castraciones masivas. Cuando querían nos asesinaban con el eufemismo del “sacrificio”. Se reían de nuestras dificultades para hablar su idioma. Ignoraban nuestros gestos y expresiones. Los insensatos pensaron que su poder sería eterno.

Afortunadamente, nuestra evolución nos permitió tener un lenguaje más rico que el de ellos. Así pudimos desarrollar nuestra inteligencia, superándolos.

Con nuestro sistema socioeconómico, nuestra ciencia y nuestra tecnología los hemos desplazado y reducido a algunos territorios. Establecidos nuestros derechos,  transitamos un camino de superación permanente. Hemos borrado de estas tierras a los homínidos.

Unidos, los canis sapiens lancemos ahora nuestro ancestral ladrido, como un renovado grito de guerra y libertad.


¡Nunca más huesos! ¡Nunca más collares y correas! Ya no tendremos que arrastrarnos a sus pies ni hacer piruetas graciosas para recibir comida.
Ahora mandamos nosotros y liquidaremos a los desleales. En primer lugar eliminaremos la apestosa, engreída y traicionera raza de los gatos.”

La multitud estalló en aullidos.

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