Estábamos en el apogeo del primer peronismo. Yo tenía nueve años. Vivíamos cerca de la cancha de River. En esa época era un barrio clase media baja, como tantos. Para ir al centro tomábamos el tranvía por la avenida Cabildo, a pocas cuadras de casa.
Ese día, por motivos que no recuerdo, fuimos en taxi. El coche tomó por Cabildo y luego Santa Fe. Cuando estábamos pasando por Pacifico vimos que había un trolebús detenido, atravesando la avenida.
Inesperadamente, el chofer del taxi no aminoró la marcha. Nos estrellamos de frente contra el costado del trolebús. Mi cabeza golpeó con la boca sobre el respaldo del asiento delantero. Los dientes de arriba lastimaron mi encía inferior y sangraba mucho. Luego supimos que el conductor era epiléptico y le había dado un ataque.
| Me hicieron los primeros auxilios. No revestía ningún peligro. Pero me clausuraron la boca por dos semanas para dar tiempo a que cicatrice la boca. Debía alimentarme con líquidos, sorbiendo. Nos citaron para que mis viejos dieran testimonio del accidente en la comisaría, que estaba a cuatro cuadras de allí. En la comisaría vimos que estaba sentado, esperando Alfredo Palacios con su inconfundible bigotazo, moñita, sombrero y poncho al hombro. Cuando le estaban tomando declaración mi viejo le preguntó al oficial qué hacía Palacios ahí. La repuesta me quedo grabada. Les habían ordenado citarlo diariamente y ponerlo un rato en amansadora. Solo para molestarlo. | Alfredo Palacios en el Parlamento. |
Unos años después, mi familia ya se había mudado a Montevideo. Estábamos disfrutando las primeras vacaciones en familia, en Piriápolis. Yo tendría doce o trece años.
Parábamos en un hotel modesto, a un par de cuadras de la rambla. Almorzábamos en el comedor del hotel.
En uno de esos días apareció Alfredo Palacios en el comedor. Recorrió la docena de mesas saludando, dando la mano y deseando buen provecho.
Cuando llegó a nuestra mesa mi viejo le hizo recordar la anécdota de Buenos Aires. Sonrió y no hizo comentarios.
Sin duda estas anécdotas no agregan nada a la biografía de Palacios. Son recuerdos infantiles que me hicieron leer un poco sobre su vida.
Patriota, socialista, escritor y un gran defensor de los derechos de los trabajadores y los desposeídos, fue acérrimo antiperonista. Los peronistas nunca se lo perdonaron y se lo hicieron pagar. Como tantos, no pudo encontrar alianza con el peronismo. Creyó honestamente que era un movimiento fascista y lo combatió pactando con los aliados de potencias extranjeras. Uno más que se cayó en la “grieta”. Fue legislador y, entre otras muchas cosas, embajador de la dictadura golpista autodenominada “revolución libertadora”.
A lo largo de las décadas los partidos socialistas se han dividido en un ala más aliada a los marxistas y otra más cercana a los liberales. Una pena que la izquierda más tradicional no se haya encontrado a través de alianzas, aunque fueran coyunturales, con el principal movimiento de masas populares de la Argentina.

